La crisis siempre ha rondado mi vida. Mi abuelo materno tenía una perra que se llamaba Crisis; mis padres sufrieron una crisis matrimonial que devino en divorcio; cuando volví de mi estancia en Roma, en mi festa d’addio uno de mis amigos más queridos me regaló una camiseta con una frase de Nietzsche sentenciadora: Se necesita un caos dentro de sí para generar una estrella danzante.
Por todo ello, siempre me ha interesado ese estado de desequilibrio que llaman ‘crisis’. Bueno, por éso y porque es un estado connatural al ser humano: el equilibrio es una mentira de los clásicos griegos.
He leído algo sobre el tema que hoy me ocupa. Algunos análisis han sido inquietantes; otros han sido optimistas y, los menos, catastrofistas.
Yo me quedo con La buena crisis, un libro escrito por Álex Rovira, que, a priori, podría parecer un libro de autoayuda, pero que no lo es. Más bien es una invitación a desentrañar el estado de crisis en clave optimista. Lo leí el invierno pasado, mientras Morfeo hacía de las suyas.
La buena crisis me quitó la angustia a hostias.
Mis ideas cambiaron. Y cambiaron porque caí en la cuenta de que la crisis no es más que una mutación, de orden físico, espiritual, histórico, emocional… La idea de cambio es lo que hay que asociar a ese estado de inestabilidad llamado crisis. Pero claro, cambiar asusta, y es en ese momento cuando las connotaciones negativas del concepto crisis se apoderan de nosotros.
Un refrán socialista dice que los problemas se solucionan dando un paso adelante. Y justamente es lo que tenemos que hacer: dar un paso adelante si queremos desterrar la negatividad que implica un estado de cambio; una negatividad que se reviste de inseguridad.
Albert Einstein no podría haberlo explicado mejor:
‘No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo sin quedar ‘superado’.
Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y países es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Sin crisis no ha desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla‘.